miércoles, 31 de diciembre de 2014

Cuando se abren tus ojos

No se puede empezar a viajar sin un inicio. El mundo es un todo indivisible e inasible. Al principio, no vemos, no recodamos, no sabemos dónde estamos ni quiénes somos y todo resulta más grande de lo que es. ¿Alguno recuerda la cara del doctor que lo recibió en este mundo? ¿Recuerda la cálida sensación del mar materno y la luz que encandilaba a través de los párpados? ¿Acaso tenía estas sensaciones? 
Luego, nos llevan a casa. El trayecto del hospital a la casa es completamente borrado de nosotros. Es en la casa donde empezamos a reconocer cosas que se mueven de cosas que no, separamos las cosas que sonríen de las que no, el sonido ininteligible de las palabras... Aunque no sepamos todavía qué significan, es un sonido que se repite que se repite y que parece valer algo por la misma repetición.
En este mundo que es, para nosotros, todo nuestro mundo nos habituamos a costumbres que nos van a parecer las correctas, nos habituamos a un hacer, a un tipo de rostro que será nuestro paradigma de belleza. Y, también, por sobre todas las cosas, nuestro lugar será nuestro parámetro del mundo. No todos los viajeros que llegan a China ven a China sino "su China" que es aquella que se construye a través de la comparación. Un japonés no experimenta China de la misma manera que un latinoamericano porque, para este último, tiene una cuota de hermoso misterio y lejanía: el hombre se enamora de aquello que es diferente. Perdón, no el hombre, el que tiene alma de viajero. A este tipo de hombre le gusta sentir su pequeñez y su relatividad. Pero, al hombre ciego le da miedo el cambio y se mofa de los demás. 
Yo nací en la provincia de Córdoba, en el centro de Córdoba y, luego, me trasladaron a una localidad cercana donde viví toda mi vida. Mis vacaciones fueron, la mayor parte de las veces, a un destino turístico de la misma provincia, cuna que recibió a mis bisabuelos. Así que mi itinerario de viaje está signado por ese hospital que no recuerdo pero por el que hoy puedo describir... Por mi casa; por mi localidad a la que veía grande aunque me dijeran lo contrario y me hicieran enojar (porque aceptaba el mandato social de lo que es malo); por las veces en que me ponía nerviosa al perder de vista a mi madre por unos segundos; por mi colegio y su reloj gigantesco que me servía de faro cuando desviaba el colectivo por un lugar que no conocía; por la vergüenza de admitir mi falta de ubicación; por las 3 cuadras a la manzana de mi colegio, por las 5 cuadras a la manzana y, así extendiéndose... Por la media hora de caminata hasta la facultad y el río y las montañas y el aroma de campo sencillo y no pretencioso.
Sobre todo, el pueblo de mis bisabuelos, que recibió a mis bisabuelos cuyos antepasados, cuyo mapa de vida se perdió en el olvido, funciona, para mi, como un anclaje emocional, como algo que puede llegar a dar sentido a mi vida.
En las próximas entradas, hablaré de mis dos pueblos, mi origen ancestral y me origen terrenal. O, tal vez, no. Porque este mapa no es cronológico, un mapa no es cronológico. Tiene sentido, más que nada, cuando se unen todos los puntos. De mis pueblos, por otra parte, hablaré siempre pues es a donde siempre regreso...

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