sábado, 3 de enero de 2015

Mi primera huida

De chica, gracias a la academia de danzas, la propia escuela o el grupo de taekwondo, viajé varias veces pero, no tengo muchos recuerdos, todo se presenta de una forma confusa. 
Desde ya, la falta de orientación, no conocer los puntos cardinales (que, apenas, estábamos aprendiendo), no conocer los mapas... (el mapa era algo que no tenía sentido; sólo veíamos nombres, puntos, líneas... ¿había personas ahí?) todo contribuía a un estado soporífero donde sólo distinguías tu casa, el colectivo y el lugar donde te quedabas con tu familia. 
Hoy, preparo a dónde ir, me fijo en qué ruta es mejor, pido referencias y consejos. Antes, de eso, se preocupaban otros. A mi, me despertaban temprano, me obligaban a ir al baño, ducharme, lavarme los dientes. Desayunábamos y todavía mis párpados se cerraban. Recuerdo, eso sí, el fresco de las mañanas y la caminata apurada a la terminal o parada, los bolsos, el nerviosismo. En el colectivo, te ibas despertando. Elegías la ventana más grande y mirabas TODO, todo lo que sucedía en el camino. A lo mejor, recién estabas saliendo de tu ciudad y ese muchacho de gorra roja que señalabas con el dedo era tu vecino pero, para vos, eso ya era el viaje. La escena podía ser harto común pero, tenías capacidad de percibir esas pequeñas cosas. Querías que nada se escapara a tus ojos. El muchacho de gorra roja no era tu vecino sino, el vecino al que reconociste desde la ventana del colectivo en el que estabas emprendiendo tu viaje. De adulto, podemos comparar y reconstruir lo faltante (o eso creemos); de niños, todos los estímulos eran iguales. Sin embargo, era probable que te hartaras rápido. Acostumbrado al sedentarismo, querías descender, asentar tus pies en algo seguro: "Mami, papi, ¿cuánto falta?" y, como el clásico chiste de comedias familiares, no dejabas que tus padres descansaran, era como si pensaras que ellos tenían la virtud de hacer que el colectivo vaya más lento o más rápido. Y todos los lugares eran lejanos porque no eran tu casa y los disfrutabas, no importaba cuántos museos hubiera o si estaba de moda ir allí, nunca vas a escuchar de un niño (salvo que repita): "acá, no hay nada para hacer". Es más, yo amaba los lugares solitarios (es decir, los amo, soy un poco ermitaña, confieso que la presencia de otros me suele molestar en un primer momento). 
Pero, hoy, no quería hablar de los viajes de los que no tengo casi memoria y sólo veo en fotos (tal vez, algún día, suba algunas: Villa Cura Brochero, Villa María, Río Ceballos, etc.) Quiero hablar de mi primer viaje fuera de Córdoba. Para ser sinceros, me debato fuertemente sobre si mi primer viaje fuera de Córdoba fue a Buenos Aires o a Misiones (ambos, totalmente antitéticos). Pero, decidiré, a modo de mito de mi propia vida, que mi primer viaje interprovincial fue a Buenos Aires. Y, sí, eso coincide más con mi personalidad pesimista, tiene sentido esta construcción.
No hay mucho que contar del destino porque, no conocimos nada de Buenos Aires, a decir verdad. Tiene más gracia el viaje propiamente dicho.
Mi profesora de danzas nos había avisado de un viaje a último momento. Mi vieja no había aceptado porque yo estaba medio engripada pero, no sé por qué, decidí que NO PODÍA NO HACER ESE VIAJE. De alguna manera, me surgió la empedernida idea de que me iba a perder de una experiencia única. Así que, fuimos antes de que partiera el colectivo a pedir que nos agreguen: Tuvimos "suerte", había lugares en el colectivo. Cuando partió a la tardecita, todo bien para nosotros (aunque, supongo que mi mamá se las vio venir). Estábamos cantando con otros niños y decidiendo si ya habíamos salido de Córdoba o no, presumiedo quién sabía más de geografía: nuestros padres eran los árbitros. El problema se presentó de noche. El colectivo no tenía ni asientos reclinables ni baños. Es más, algunas ventanas no podían cerrarse y era inverno. Pero, el invierno de los de antes porque, antes, siempre hizo más frío. Había mucho viento además. Tuvieron que prestarnos una colcha y, yo, aún con los mocos chorriando de la nariz, me acurruqué contra mi madre.
Al día siguiente, llegamos a González Catán. Teníamos que bailar en una escuela. Comimos, jugamos, todo dentro de la escuela. El viaje fue para conocer una escuela de González Catán, ¿acaso no es extraordinario? Supuestamente, el colectivo iba a parar luego en todos los lugares históricos de Buenos Aires para que nos sacáramos fotos... Ya saben, plaza de mayo.... Sí, eso fue lo único que nos mostraron y desde el colectivo en movimiento "Ven allá, esa plaza es plaza de mayo". Al momento, para mi, era una plaza como cualquier otra pero, estaba un poco triste y Buenos Aires me pareció chica y "muy ciudad" y tenía la idea de que todas las ciudades se parecen porque la construyeron los hombres.
La vuelta no la recuerdo. Todavía me pregunto qué es lo que me hubiera perdido de no hacer el viaje.

miércoles, 31 de diciembre de 2014

¡¡¡Feliz 2015!!!

No pretendo ser exhaustiva con esta entrada. Sólo quiero desearles a todos mejores oportunidades para este 2015. No significa esto que considere malo al 2014. En particular, he comenzado a despertarme en 2014... Pero, uno siempre debe pretender mejorar y mejorar y mejorar porque es lo que mantiene la llama encendida.
Este 2015 lo empezaré viajando... Viajando no ya, solamente, de forma metafórica sino, también, de forma física. Haré algo que nunca hice: Cruzar la frontera. Tal vez, para muchos, esto no sea algo novedoso; sin embargo, es algo que debía experimentar yo misma: Es gracioso porque la vida es eso: tener la oportunidad de experimentar uno lo que otros experimentaron una y mil veces, mil hombres distintos...
Escribiré mis experiencias por si alguien quiere leerlas... Porque serán mis experiencias y, entre diferentes puntos de vista, tal vez, logremos descubrir más o menos la forma de lo que existe ahí, en "realidad". Sólo usaré las fotos cuando no alcancen las palabras o cuando sobren...
¡Feliz nuevo año otra vez y que nuestros sueños se cumplan!

Cuando se abren tus ojos

No se puede empezar a viajar sin un inicio. El mundo es un todo indivisible e inasible. Al principio, no vemos, no recodamos, no sabemos dónde estamos ni quiénes somos y todo resulta más grande de lo que es. ¿Alguno recuerda la cara del doctor que lo recibió en este mundo? ¿Recuerda la cálida sensación del mar materno y la luz que encandilaba a través de los párpados? ¿Acaso tenía estas sensaciones? 
Luego, nos llevan a casa. El trayecto del hospital a la casa es completamente borrado de nosotros. Es en la casa donde empezamos a reconocer cosas que se mueven de cosas que no, separamos las cosas que sonríen de las que no, el sonido ininteligible de las palabras... Aunque no sepamos todavía qué significan, es un sonido que se repite que se repite y que parece valer algo por la misma repetición.
En este mundo que es, para nosotros, todo nuestro mundo nos habituamos a costumbres que nos van a parecer las correctas, nos habituamos a un hacer, a un tipo de rostro que será nuestro paradigma de belleza. Y, también, por sobre todas las cosas, nuestro lugar será nuestro parámetro del mundo. No todos los viajeros que llegan a China ven a China sino "su China" que es aquella que se construye a través de la comparación. Un japonés no experimenta China de la misma manera que un latinoamericano porque, para este último, tiene una cuota de hermoso misterio y lejanía: el hombre se enamora de aquello que es diferente. Perdón, no el hombre, el que tiene alma de viajero. A este tipo de hombre le gusta sentir su pequeñez y su relatividad. Pero, al hombre ciego le da miedo el cambio y se mofa de los demás. 
Yo nací en la provincia de Córdoba, en el centro de Córdoba y, luego, me trasladaron a una localidad cercana donde viví toda mi vida. Mis vacaciones fueron, la mayor parte de las veces, a un destino turístico de la misma provincia, cuna que recibió a mis bisabuelos. Así que mi itinerario de viaje está signado por ese hospital que no recuerdo pero por el que hoy puedo describir... Por mi casa; por mi localidad a la que veía grande aunque me dijeran lo contrario y me hicieran enojar (porque aceptaba el mandato social de lo que es malo); por las veces en que me ponía nerviosa al perder de vista a mi madre por unos segundos; por mi colegio y su reloj gigantesco que me servía de faro cuando desviaba el colectivo por un lugar que no conocía; por la vergüenza de admitir mi falta de ubicación; por las 3 cuadras a la manzana de mi colegio, por las 5 cuadras a la manzana y, así extendiéndose... Por la media hora de caminata hasta la facultad y el río y las montañas y el aroma de campo sencillo y no pretencioso.
Sobre todo, el pueblo de mis bisabuelos, que recibió a mis bisabuelos cuyos antepasados, cuyo mapa de vida se perdió en el olvido, funciona, para mi, como un anclaje emocional, como algo que puede llegar a dar sentido a mi vida.
En las próximas entradas, hablaré de mis dos pueblos, mi origen ancestral y me origen terrenal. O, tal vez, no. Porque este mapa no es cronológico, un mapa no es cronológico. Tiene sentido, más que nada, cuando se unen todos los puntos. De mis pueblos, por otra parte, hablaré siempre pues es a donde siempre regreso...

miércoles, 24 de diciembre de 2014

Qué es un viaje para mí

Un viaje es siempre algo emocionante y amenazante por lo que siempre genera mucha adrenalina. Pero, sobre todas las cosas, un viaje es algo que habla del viajante: Si ama las aglomeraciones, si su piel sufre con el frío, si le gusta llorar frente al mar. Es un intento más por pintarnos, por crearnos en el mismo hacer. 
Yo no soy un alma perdida entre las multitudes, mis viajes siempre han sido solitarios y he huido de las demás personas como animal asustado. Y no lo digo sólo en forma de metáfora, hablo de los viajes en cuerpo también.
Me gusta, sobre todo, tratar de encontrar mi propios intereses más allá de las agencias de turismo y las modas, hacer casi un estudio antropológico de los lugares a los que voy, tratar de descubrirme a mí misma en los demás.
Aquí, hablaré de mi pueblo, de mis pueblos del alma, de la provincia mediterránea en la que he nacido, hermosa en toda su extensión, repleta de secretos, de voces que susurran con desesperación. Hablaré, también, con palabras y con imágenes, cuando me he animado a ir más allá, atravesar fronteras y descubrir lo extranjero. Mi atención se guiará a lo sencillo, lo pequeño, lo ignorado: ¿Quién es ese anciano sentado en la plaza, en todas las plazas del mundo? ¿Quién es la niña que llora? ¿Qué historias están gravadas en las arrugas de la señora que camina calle abajo? Y las paredes, ¿qué gritan? En este punto, debo decir que me encanta el arte callejero, las pintadas. Mostraré fotos de aquello que merece ser recordado y de tantos artistas sin voz porque se les corta la lengua y las manos...

Un nuevo comienzo

Inicio con esta entrada un camino que espero sea fructífero para mí. Tengo la necesidad de que mis palabras fluyan y lleguen a oídos dispuestos a escucharlas. Somos algo entre la nada y la palabra o, mejor, somos algo a través de las palabras... Una serie de infinitas vivencias extrañas, eufóricas, eclécticas diluyéndose en el olvido y rescatadas por los ojos y los oídos de otro ser tan perdido como nosotros. Un tejedor que, como las moiras, ordena el Caos y lo hace inteligible.
Mi intención es desgarrarme la piel y la sonrisa y ofrecérselas a ustedes para que las tomen como quieran. No importa de qué hablaré: Viajes, fotografía, situaciones personales, preguntas, música, de aquello que llaman literatura... No es más que un soliloquio de alguien más tratando de encontrarse o tratando de ver si es verdad que existe.